Este testimonio fue escrito por un dirigente empresarial, después de tomar un taller de autoconocimiento. Dice así. Viendo el tema sobre las tres relaciones que tienen mayor impacto sobre nuestro desarrollo como personas, padres-hijos, profesores-estudiantes y jefes-colaboradores, el maestro Alejandro Sanz nos pidió que escribiéramos algo referente al asunto que nos hubiera impactado en nuestra historia. En ese momento llegaron a mi mente varias reflexiones sobre una experiencia que tuve. Durante mucho tiempo traté de hacer de mi hijo una persona a mi imagen y semejanza. Dentro de este proceso, traté de que disfrutara de las cosas que yo no pude lograr en mi juventud por limitaciones económicas. Sin embargo, nunca me pregunté si eso que para mí era motivo de disfrute en mi época lo sería también para mi hijo. Comento. Varias experiencias me han mostrado que muchos padres actúan con sus hijos, inspirados por este mismo propósito, así no sean conscientes de ello. Es un propósito que puede ser sano o malsano, dependiendo de si el padre está o no en capacidad de escuchar para comprender a su hijo. En este caso, como él mismo lo reconoce en el párrafo citado, en un principio no tuvo esta apertura. Recuerden, él termina el párrafo diciendo, sin embargo, nunca me pregunté si eso que para mí era motivo de disfrute en mi época lo sería también hoy para mi hijo. Luego escribe el dirigente. Como a mí toda la vida me ha gustado el fútbol, desde muy pequeño lo ingresé a una escuela de alto rendimiento, con la fortuna que en esa pasión si conincidíamos. Lo que nunca pensé fue que mi hijo a la edad de 15 años fuera a tomar esa pasión como su opción de vida. Como esto no estaba en mis planes, me generó una gran decepción porque mis expectativas eran que él me superara en estudios académicos, en posición económica y llegara a tener una mayor jerarquía en el campo empresarial o laboral. Esto generó tantos conflictos familiares que, para poder realizar su sueño como futbolista, mi hijo se fue de nuestra casa en Bogotá para radicarse en Cali, sin nuestro permiso. En ese momento tenía 15 años de edad y no había terminado aún décimo grado de bachillerato. Aunque mi reacción inicial fue de soberbia, pudimos llegar a un acuerdo, motivado sobre todo por mi responsabilidad como padre, que yo le daba el apoyo económico a cambio de que él terminara en Bogotá las dos semanas que le faltaban para completar su grado décimo y de que en Cali hiciera su grado 11 al mismo tiempo con las prácticas de fútbol. Pero después de flagelarme y cuestionarme sobre las fallas que había cometido en la formación de mi hijo, comprendí que lo que me lastimaba y me angustiaba no era el futuro de mi hijo, porque él estaba feliz haciendo lo que le apasionaba. Lo que realmente estaba lastimado era mi ego, sentía que la imagen que había construido durante mucho tiempo con respecto al futuro de mi hijo estaba siendo vulnerada ante mi familia y ante mis amigos. No podía soportar que los hijos de mis primos cursaran carreras universitarias reconocidas, maestrías, doctorados y que mi hijo fuera la excepción. Cuando encontré el punto que me lastimaba, el origen de la herida, cuando pude desocupar la taza, despojarme de todos los prejuicios que estaban logrando su cometido, pude aceptar de corazón su decisión y me sentí libre. Comento yo. Al darse cuenta con tanta claridad de que en el trasfondo de su ego estaban operando las presiones sociales tan poderosas que él mismo describe, se liberó de ellas y logró la libertad que necesitaba para poder comprender a su hijo. Y concluye así el testimonio de este empresario. Ahora me siento muy bien, después de haberle podido expresar a mi hijo ese sentimiento que durante tanto tiempo me había torturado. Actualmente estoy disfrutando de su compañía nuevamente en Bogotá, porque él regresó para vincularse a un reconocido club de fútbol y a la edad de 16 años, por convicción propia, inició sus estudios universitarios en licenciatura en educación, recreación y deportes. [MÚSICA] [MÚSICA]